04-12-08 Reflexiones, por Alicia Gutiérrez (*)
Unión estable de parejas: vigilar y castigar
Tal vez sea arbitrario traer a colación este significativo texto de Michel Foucault y su análisis sobre el poder, los actos punitivos, la penetración del cuerpo por parte de las decisiones del poder, los mecanismos microfísicos de los aparatos del poder o, como diría el recordado Louis Althusser, "las instituciones ideológicas del Estado".
Pero estos reconocidos artículos me permiten argumentar un criterio sustentable sobre cómo el poder apela a tácticas desde represivas hasta sutiles para evitar el surgimiento de otras culturas, otros pensamientos, otras conductas que, según sus criterios, pueden deteriorar su autoridad. En definitiva, estas medidas coercitivas atentan contra la libertad individual.
Con distintos orígenes, con motivaciones análogas podemos visualizar que la actual sociedad disciplinaria tiene ciertas similitudes con aquella de los siglos XVIII y XIX, analizada por Foucault, para exponer sus innovadoras teorías. En estos carriles podríamos situar la permanente negativa de sectores conservadores nativos a habilitar derechos constitucionales a diversos grupos de homosexuales y heterosexuales, que esperan la sanción de la ley de unión civil, aprobada en Diputados pero "cajoneada" por parte del Senado santafesino. Los potenciales beneficiarios de la ley seguramente no creen en la institución matrimonio o son excluidos de la misma por no cumplir con los preceptos de un dogma, que puede ser mayoritario, pero que jamás debe intentar homogeneizar a todos los argentinos según su propia visión, porque de esta manera estaría convirtiendo al país en una teocracia, que se asimilaría a aquellos fundamentalismos que algunos purpurados dicen combatir.
Los legisladores pueden profesar sus credos o no, pero deben legislar contemplando las distintas heterogeneidades sociales y no observando solamente un pensamiento único.
"Lo que busco –decía Foucault– es intentar demostrar cómo las relaciones de poder pueden penetrar materialmente en el espesor mismo de los cuerpos".
Observamos con esta negación a la unión civil cómo esa "microfísica del poder" influye negativamente en aquellos que no aceptan las normas digitadas que reprimen la libertad de elegir. La subordinación a determinados cánones que supeditan aquella "normalidad" a la aceptación de reglas religiosas, sociales, economicistas o clasistas, que no respetan los derechos de minorías, las obliga a cumplir preceptos, algunos de ellos aceptables, otros grotescos, que generalmente buscan disciplinar a quienes no comparten determinados parámetros pretendidamente hegemónicos.
Utilizan una multiplicidad de tácticas que sugieren sentido común, pero no contemplan la diversidad social. Esta definición de sectores conservadores, generalmente imbuidos de axiomas religiosos de distintos orígenes, establece quiénes son "normales" y quiénes "anormales". Hay que admitir que este poder se ejerce a partir de posiciones estratégicas, y a veces es acompañado por la posición sumisa de aquellos que son dominados.
Este poder invade la vida de aquellos a quienes consideran fuera del sistema de premios y castigos. Son tan lacerantes estas metodologías, que muchos de los que rechazan la "unión civil" son aquellos que celebraron a quienes en la dictadura militar asesinaron a ciudadanos que no compartían sus ideas.
Foucault nos decía: "Los métodos de análisis tratan una insurrección de los saberes sometidos, de hacer entrar en juego los saberes locales, discontinuos, descalificados, no legitimados... contra la instancia teórica unitaria que pretende filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre del conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia que está detentada por unos pocos". Con este método refuerzan la ideología del bien y del mal.
"Este nuevo poder –nos relataba Foucault– se caracteriza por ser microscópico, capilar; encuentra el núcleo mismo de los individuos, alcanza su cuerpo". Tomemos los castigos como el caso del suplicio de la inquisición, donde era necesario que los habitantes fueran espectadores para lograr atemorizarlos y así mostrar el poder real; en los siglos pasados esta táctica dio los resultados buscados. En el siglo XXI, la intención ha sido "deslegitimar el reclamo", llegando inclusive a ofrecer tratamientos para este tipo de "enfermedades". Estas formas de amedrentamiento a la sociedad moderna suenan cada vez más ridículas.
La gran obra del genial francés nos recuerda: "No se pretende castigar menos, sino castigar mejor; castigar con una severidad atenuada quizá, pero para castigar con más universalidad y necesidad; introducir el poder de castigar más profundamente en el cuerpo social". En este caso, censurando voces, escondiendo realidades sobre la validez de las parejas gays y lesbianas, que tienen tantos derechos como las heterosexuales, se les quita facultades a quienes se tilda de diferentes y se los castiga.
Históricamente, el humanismo ya condenó estas prácticas autoritarias; quienes compartan las ideas de sectores religiosos, políticos o sociales no pueden tener derecho de excluir de la potestad de derechos inalienables a otros ciudadanos sólo por pensar o actuar distinto a su propia vivencia.
Escuchar oraciones en pos de una "reconciliación" de víctimas con dictadores y genocidas, pero a su vez mostrar aristas tan sectarias hacia minorías sexuales, no ayuda a creer en la veracidad y generosidad de sus discursos. Es hora de comenzar a respetar a todos y todas, y cambiar, porque simplemente estamos hablando de derechos para dos personas que tomaron su decisión de elegirse libremente.
(*) Diputada provincial del partido SI
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